En el Día Mundial de la Salud Mental Materna, especialistas piden romper los mitos sobre la maternidad idealizada y dar espacio al acompañamiento emocional.
La salud mental materna ha sido invisibilizada en las políticas de salud. Las licencias, el acceso a cuidados, las terapias especializadas o incluso el acompañamiento durante el embarazo suelen centrarse en lo físico y no en lo emocional.
Como cada primer miércoles de mayo, hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental Materna, una fecha clave para visibilizar lo que muchas mujeres atraviesan en silencio: ansiedad, culpa, agotamiento o depresión tras ser madres. Desde una mirada más inclusiva, se busca desromantizar el “instinto maternal” y ofrecer redes reales de cuidado y contención.
Durante décadas, la maternidad fue impuesta como un destino natural, asociado a la plenitud y al sacrificio silencioso. Sin embargo, muchas mujeres viven el posparto y la crianza con una carga emocional intensa y contradictoria. La psicóloga perinatal Mariana Cirelli afirma que “el mandato de la maternidad feliz deja poco margen para hablar del dolor, el miedo o la ambivalencia”.
La depresión posparto afecta, según la OMS, a una de cada siete madres.
Pero más allá de diagnósticos clínicos, también existen formas más sutiles de sufrimiento que merecen ser escuchadas: la soledad, la desconexión con el cuerpo, la falta de tiempo personal o el aislamiento.
Buscar espacios de escucha: Existen grupos de crianza, terapias perinatales y comunidades online donde compartir lo que se siente sin culpa.
Pedir ayuda sin vergüenza: Criar no debería ser una tarea solitaria. Involucrar a la pareja, familia o red de afectos es clave.
Romper con la exigencia: No existe la madre perfecta. Cuidarse a una misma también es parte del cuidado del otro.
Formación con perspectiva de género: El Estado y el sistema de salud deben incluir la salud mental materna como una prioridad pública.
En este Día Mundial, el mensaje es claro: hablar del malestar también es una forma de sanar, y maternar con libertad implica poder elegir, poner límites y pedir sostén.
Hablar de salud mental materna (y no simplemente “parental”) es necesario porque el impacto emocional, físico y social del maternar es profundamente desigual respecto al de la paternidad, debido a factores biológicos, culturales y estructurales que afectan específicamente a las mujeres o personas gestantes.
1. La carga física y hormonal del embarazo y el parto
Las madres atraviesan transformaciones corporales intensas, desde el embarazo, el parto y el posparto, que implican grandes cambios hormonales. Esto incide directamente en su salud mental, pudiendo generar desde baby blues (también llamado "tristeza postparto") hasta depresión posparto o ansiedad perinatal.
2. El mandato cultural de “la buena madre”
Las mujeres están socializadas para asumir que maternar debe ser natural, pleno y feliz. Este ideal genera culpa, vergüenza o silencio cuando el cansancio, la tristeza o la ambivalencia aparecen. La salud mental materna busca romper con esa romantización que impide hablar del sufrimiento sin miedo al juicio.
3. Desigualdad en las tareas de cuidado
En la mayoría de los hogares, aún hoy, las madres son quienes asumen la mayor carga de cuidado. Incluso cuando los padres están presentes, muchas veces no se reparten las tareas ni el peso emocional. Esta sobrecarga puede derivar en agotamiento crónico, sensación de encierro o frustración.
4. Falta de políticas públicas con perspectiva de género
Históricamente, la salud mental materna ha sido invisibilizada en las políticas de salud. Las licencias, el acceso a cuidados, las terapias especializadas o incluso el acompañamiento durante el embarazo suelen centrarse en lo físico y no en lo emocional. Hablar específicamente de salud mental materna permite exigir políticas públicas más equitativas.
5. Maternidades diversas y no hegemónicas
Además, hablar de salud mental materna permite incluir a madres solas, adolescentes, trans, lesbianas o migrantes que enfrentan obstáculos aún mayores y múltiples formas de discriminación.
Por todo esto, nombrar lo específico de la experiencia materna no excluye a otros roles de crianza, pero sí es imprescindible para reconocer desigualdades históricas y actuales, y para construir un sistema más justo y amoroso para quienes maternan.
Decir lo que sentís sin culpa
Validar tus emociones (tristeza, cansancio, enojo, miedo) es el primer paso. No sos “mala madre” por sentirte desbordada.
Pedir ayuda no es rendirse, es cuidarse
Delegá tareas cuando sea posible. Armar una red de apoyo (familia, amigas, vecinas, profesionales) es esencial.
Poné límites sin culpas
No tenés que estar disponible 24/7 para todo el mundo. Está bien decir que no. Tu bienestar también es prioridad.
Dormí lo que puedas, como puedas
El sueño no siempre es reparador en la crianza. Si alguien puede cuidar un rato, usá ese tiempo para descansar, no para ponerte al día con todo.
Conectate con otras maternidades reales
Hablar con otras personas que estén atravesando lo mismo ayuda a no sentirse sola ni “loca”. Grupos de apoyo, foros o charlas pueden aliviar mucho.
Mové el cuerpo y salí al aire libre
Caminatas suaves, yoga o simplemente tomar aire unos minutos puede hacer la diferencia en días intensos.
Reservate al menos 10 minutos para vos al día
Puede ser una ducha sin interrupciones, leer dos páginas de un libro, respirar profundo o simplemente quedarte en silencio. Tu tiempo vale.
Desconectate de redes que idealizan la maternidad
Filtrá lo que consumís. Seguí cuentas honestas, inclusivas y sin filtros que muestren la maternidad real.
Buscá ayuda profesional si lo necesitás
Psicólogas perinatales o especialistas en salud mental materna pueden acompañarte con escucha, herramientas y contención profesional.
Repetí esto como un mantra:
“Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo. No tengo que poder con todo sola.”