En una charla que sorprendió a todos en la mesa de Almorzando con Juana, Agustín Canapino abrió el baúl de los recuerdos para contar una historia que mezcla el éxito deportivo con una "traición familiar" por amor. El "Titán" reveló cómo un secreto guardado por su propia abuela cambió el destino de su padre y del automovilismo argentino.
La oportunidad de "tocar el cielo" del automovilismo
A fines de los años 80, Alberto Canapino se encontraba en Alemania realizando una experiencia técnica gracias a la generosidad de Oreste Berta. Por aquel entonces, el joven ingeniero esperaba una respuesta del equipo oficial Opel de DTM, una de las categorías más potentes del mundo.
Para Alberto, trabajar allí era, en palabras de su hijo, "llegar al cielo". Sin embargo, tras el regreso a Argentina para el nacimiento de Agustín, la respuesta nunca llegó... o eso fue lo que Alberto creyó durante casi treinta años.
Embed - ¡Un campeón! Agustín Canapino llegó a la #mesaza de Juana con su auto de competición y sus trofeos
El hallazgo de la carta oculta
"Mi viejo se volvió por mi nacimiento y quedaron en mandarle una carta. La carta nunca le llegó y siguió con su vida en nuestro país", relató Agustín. Pero la historia dio un giro dramático años antes de la muerte del recordado chasista: "Hace no muchos años, mi papá estaba investigando cosas en la casa de su madre y encontró la carta en alemán".
La revelación fue un shock: la carta era la invitación formal de Opel para que se sumara a sus filas. Su madre, ante el temor de que su único hijo se radicara definitivamente en Europa, había decidido ocultársela.
"Varios días shockeado"
Agustín describió el impacto emocional que tuvo este descubrimiento en su padre: "Estuvo varios días shockeado porque eso le cambiaba el destino de su vida". A pesar de ser una persona de temperamento frío, la herida de saber que su futuro internacional fue decidido en secreto por un ser querido fue difícil de procesar.
"A mi abuela le nació decirle 'capaz que fue lo mejor'", concluyó el piloto, reflexionando sobre cómo ese acto de egoísmo —o amor materno malentendido— permitió que Alberto se convirtiera en el mayor referente técnico del automovilismo nacional, guiando a su hijo a lo más alto de la gloria.